sábado, 1 de octubre de 2011

El latido


Caían las hojas meciéndose en el aire y se posaban perfectas en la tierra húmeda de la orilla del río.
En medio de la arboleda parecido a una sombra humedecida caminaba sediento Pedrosky. ¿Por qué estaba ahí? Es lo que menos sabía.
Después de varios días de caminar bajo el sol amarillo, se encontraba envuelto por un aire que acariciaba su piel y por una brisa que se enroscaba en sus vellos.
“En este valle hermoso, tiene que haber agua”, y se metió en la umbra vegetal.
Las frondas movedizas sobre su cabeza desentrañaban el ruido que tiene el silencio.
Se detuvo un instante y escuchó, en un lugar incierto, el insistente, salpicado himno que canta el agua.
¿La hora?
No lo sé.
Caía la tarde arrastrando un manto negro.
Siguió su latido.
Las aguas claras empezaban a destellar los afilados dientes de la luna.

30 oct. 2007 - RRA