miércoles, 29 de noviembre de 2006

Buena Leche (columna de Ramón Rocha Monroy)

Elogio de Raúl Romero Auad

Hace 21 años que Raúl Romero Auad es mi amigo invariable, y un tiempo que viví en La Paz, mi compañero leal e inseparable en medio del desarraigo que sufre un valluno de alma campesina en una ciudad intensa.

Fiel a su origen tarijeño y árabe, Raúl es un alma libre, fiel al disfrute de esta vida fugaz como un soplo de niebla, tal si alguna divinidad benévola hubiera soplado el verso más hedonista de Omar Khayyam para crear a Raúl.

Uno que ha agachado la cerviz para uncirse al yugo de la burocracia, no puede menos que envidiar su gesto indómito frente a la vida, y su decisión heroica de sobrevivir únicamente de los oficios del espíritu, sin mancharse las manos con la pega infamante, el laburo oportunista o la rutina oficinesca del llenador de formularios.

Tarijeño, sirio y trashumante, Raúl Romero emigró de su valle natal a La Paz con un libro de versos bajo el brazo y un dominio de la cibernética que lo ha convertido en prestigioso editor y luego realizador cinematográfico. Dos atributos suyos, la paciencia creadora y una desconcertante capacidad creativa lo convirtieron en figura familiar. La Paz está llena de artistas creadores que transitan por las calles de Sopocachi con la luz del emprendimiento en el rostro, inmunes a la cadena de frustraciones y postergaciones a que los somete su vocación artística, siempre fieles a sus sueños. Raúl es ya parte de estos artistas y siempre está dispuesto a formar parte de los teams más diversos, para enriquecerlos con su oficio de editor y realizador.

Sin embargo, la vez que pude insistí en decirle que él es ante todo un poeta, no sólo por las páginas que escribe sino por su estilo de vida, expresado en su última producción titulada "En las delicias de campo esmeralda".

Uno diría que se trata de un libro de lectura ligera, pero está lleno de astucias que sólo se revelan si uno se aproxima a esas páginas con paciencia de buhonero y buscador de tesoros. Sólo así se puede encontrar ese rosario de guiños, de juegos y picardías literarias que resuenan como un eco de ese ilustre lector ciego que fue Borges. Ya en los epígrafes (no me di cuenta, me lo reveló el propio Raúl) aparece Jian Qing: "Nunca encontrarás lo que buscas en este lugar / la vida está en otra parte", y uno se pregunta quién madres será este autor y entonces a Raúl le brillan los ojos al revelar que se trata de la viuda de Mao, la jefa de la Banda de los Cuatro. Lo mismo ocurre con Gerolamo Cardano, Justo Lipsio y León Felipe, que al pasar por el tamiz lúdico de Raúl, se vuelven seres inciertos y citas no verificables.

"En las Delicias de Campo Esmeralda" es un libro para ser leído en un lugar de ocio, de tránsito, de abstracción: en un baño, un bus, un aeropuerto, una sala de espera o donde mejor les apetezca. Es para llevarlo y cuando nuestros afanes del día hayan desaparecido, cuando no haya otra cosa que hacer, abrirlo y al caer en cualquier página, mirar o leer: algo habrá, para rumiar el tiempo", dice la Advertencia inicial, que me parece un frontis laxo, incitante como la caricia de una hurí, propicio para conocer la otra realidad, el campo esmeralda de La Loca de la Casa, tan ajeno a las penas rutinarias de este mundo que parece fruto del insomnio de un Dios aburrido e insatisfecho.

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